sábado, 25 de julio de 2009

Los Crímenes de Ocean Park

Luego de haber escrito y publicado ya cuatro libros sobre informática, por fin me he decidido a incursionar, por primera vez, en el área de novela narrativa de ficción, cumpliendo un viejo y ansiado sueño.

Hoy, 25 de julio de 2009, acabo de terminar el manuscrito de "Los Crímenes de Ocean Park". Es una obra de ficción, y está basada en el misterio, y en lo posible, he intentado imprimirle una dosis de "terror". Se desplaza a través de los conceptos de amistad indisoluble, de traición, de fidelidad, de la Naturaleza desbocada y aberrante, y de religión. Son 380 páginas, para mí, trepidantes.

Lo pensé para el lector de verano, pues, Ocean Park es un bonito balneario (hacia la costa; hacia la ruta, no) de Punta del Este, en el kilómetro 111 de la ruta Interbalnearia, donde he pasado días inolvidablemente eternos, y tiene muchos "tips" que hacen referencia a tan conocido balneario, el más "cheto" de Sudamérica. La idea es que sea publicado para el verano de 2010, si alguna Editorial se anima. Estoy a la búsqueda, pues tanto la Editorial "Ayer y Hoy" de Argentina (publicó mis primeros dos libros) y "Editorial Magró" de Uruguay, no tienen el perfil novelesco, son solo científicos. Veremos qué pasa.

Acá les dejo unos pasajes de la obra, y ustedes dirán si vale la pena el esfuerzo de su publicación, planeada para el verano de 2010. Agradezco vuestras opiniones al respecto; de hecho, si son buenas, ya estoy elucubrando la segunda parte.

Extracto de la Parte I

­ - ¡Uli! ¿What happen? – le preguntó mientras su cabeza no dejaba de dar vueltas con el sueño que había tenido. ¡Maldición, la partida estaba ganada!
­ - ¡Dany…! – seguía Uli, mientras trepaba como podía la loma de césped que separaba la casa del jardín y la calle de gravilla azulada.


Seguía hablándole a Uli en español, acostumbrado todavía a las épocas en las cuales el español le resultaba una pesadilla. Años antes, el inglés era la única forma en que Uli y él se podían comunicar. A Daniel le venía bárbaro, era una de las pocas oportunidades, una vez al año, en las que podía practicarlo. Pero finalmente, Uli aprendió el español gracias a la insistencia de Mary, su esposa y hermana de Lilián, que se había ido a vivir a Alemania hacía más de quince años.

- ¡Dany…! –. Daniel se empezó a poner nervioso.
­- ¿Qué pasa Uli? – le contestó acelerando el paso hacia él.

Uli, cuyo nombre en realidad era Ulrich, dio vuelta su gorra dejando la visera apuntando hacia atrás mientras tomaba aire. Apoyó sus manos en las rodillas, buscando aire.

- ¡Estaba en la laguna…! – decía mientras seguía tomando aire a bocanadas, ­ …y vi un brazo saliendo fuera del agua…!, ¡fuera del agua….!

- Tranquilo Uli, tranquilo…¿qué viste exactamente? – le inquirió golpeando suavemente su espalda, mientras él tosía por ahogamiento. El cigarrillo ­ ¿Quieres beber algo? – le dijo dándose vuelta derecho hacia la escalera del deck. Había una botella de agua disponible al costado del minitablero de ajedrez. Le tomó fuertemente del antebrazo.
­

- No…wait…dame un minuto…
­- Te doy los que quieras, respira…pero ¿qué pasó?

Daniel se estaba poniendo algo nervioso. “¿Un brazo? No me jodas. La aleta dorsal de una ballena quizá sí”. Habían muchas ballenas este verano en Ocean Park y toda la costa, desde Rocha, Punta del Este, hasta acá, pero, ¿en el Arroyo El Potrero una ballena? ¡Uff! Se dio cuenta de lo ridículo de su idea.

Uli se incorporó y señaló hacia el Este, la laguna.
­

- Lo vi, lo vi…

Extracto de la Parte II

­- ¿Escucharon? – dijo Mary-. Eso fue un disparo, ¿no?

Uli le contestó poniendo su índice verticalmente en los labios cerrados. Desde el deck miró hacia el Parador de Jorge, a casi doscientos metros, buscando alguna luz reveladora. Nada. Las luces azules tampoco estaban ya. Parecía lógico a esas horas. Uli se dio vueltas hacia la calle.
­

- ¡Guys! No veo nada desde acá. ¡Eso fue un disparo de una Glock! – dijo Uli mientras bajaba apresurado la escalera hacia el parque.

Daniel le escuchó perfectamente. ¿Una Glock? ¿Cómo sabe Uli que es una Glock? Conocía bastante bien qué representaba un arma de ese tipo. Se decía que es la mejor arma corta de entre sus competidoras, pero técnicamente no sabía mucho más. Pero Uli parecía saber bastante más. Por un lado, era bueno tener un colega que conociera ese tipo de cosas en un momento así.

Uli se arrimó a sus amigos que miraban en dirección a la playa, atisbando por cualquier cosa que se moviera. La zona entre la casa y la playa siempre estaba a oscuras por las noches. No había picos de luz hacia la calle como lo había desde el oeste hasta la casa de ellos. Solo había dos casas más en ese tramo, y se encendieron las luces del porche de la más cercana; la segunda, casi contra la costanera, era de un inversor argentino que solo la tenía para arrendar en la temporada alta.

La primera casa estaba permanente habitada durante todo el año por Líber, un muy buen vecino que sabía acompañarse con Daniel y Lilián durante todo el año. Ocasionalmente, ellos lo invitaban a comer un asado algunos sábados o domingos a mediodía, que eran los días en que venían a pasar el fin de semana.

Los tres miraron atentamente a la silueta que también se había parado casi en la calle, en el camino de la cochera. Parecía ser Líber, así que los tres se encaminaron hacia allí. La casa estaba a unos sesenta metros de distancia, así que en un minuto estuvieron allí.

- Hola Líber. ¿Qué tal? – preguntó Daniel.
­- Hola. ¿Escucharon ese sonido? Pareció un disparo – contestó haciendo un gesto de bienvenida.
­- Sí, lo escuchamos – confirmó Lilián –. Te vimos y pensamos que saliste de la casa por la misma razón. Según Uli fue con un arma Clock.
­- ¡Glock! – corrigió Uli –. Glock.
­-No puedo creer que haya alguien en la playa disparando a estas horas… - opinó Líber.
­- Bueno, vino de la zona de la playa – dijo Daniel –. Quizá haya sido de alguna de las casas de ahí abajo.


La Avenida Copacabana desembocaba al final en un empalme con la costanera y dos diagonales en cuarenta y cinco grados de vuelta, una que pasaba por detrás de la casa, hacia el noroeste y la otra hacia el noreste. Esta última, de una extensión aproximada a cuatrocientos metros, que trazaba una parábola nuevamente hacia el sur y desembocaba casi en la entrada a la laguna donde Uli y Daniel habían estado, está bordeada de chalets de primer nivel, desde donde Daniel mencionó que podría haber partido el sonido.

Ya eran casi las cuatro de la madrugada, y el sol comenzaría aparecer en una hora y media. Mary avanzaba hacia ellos por la calle bostezaba con los brazos cruzados apretadamente sobre el pecho, acurrucándose así misma de la suave brisa nocturna.

Extracto de la Parte III

VIERNES, 16 DE DICIEMBRE, 22:30

Uli y Daniel caminaban a paso rápido por Copacabana en dirección a la playa. Desde allí ya se veía al Parador en una de sus mejores noches. Se escuchaba una música instrumental muy suave acompasada con el sonar del mar. No había viento, y la noche nuevamente era muy calurosa. De hecho, la caminata hasta el Parador a ese paso les haría nuevamente transpirar.

Dado lo aventurera de la situación, Uli llevaba en un bolsillo de su chaqueta cazadora sin mangas una pequeña pero poderosa linterna de neón que se había traído de Alemania y en otro una navaja Suiza multifunción que pocas veces abandonaba.

Ya subiendo la suave pendiente de granito trillado, que a su vez hacía las veces de estacionamiento, vieron a Jorge apoyado en uno de los barnizados parantes que sostenían la construcción de madera, a oscuras en el deck. Todavía no era hora de encender las luces de la pista de comidas. Miraba el mar pensativo.

­- ¡Hola Jorge! – interrumpió Daniel –. Jorge se dio vuelta.
­- Hola chicos. Los esperaba en cualquier momento. Vengan por acá – les dijo invitándoles a seguirlo.
- Jorge, no queremos causarte molestias, mira que…
­- No, no se preocupen. Igual tengo que bajar a buscar unos víveres para Marta, así que aprovechamos todos la visita – contestó amablemente.

Los tres entraron al Parador, y saludaron a Marta, que junto a Miguel, pasaban platos de un lado a otro ante un poderoso fuego de dos cocinas a gas que esperaban las sartenes que contendrían las delicias de las decenas de comensales que caería dentro de unas horas. Ella respondió con un cabeceo no muy amable. Lo normal era que pasadas las once de la noche, el deck estuviera inundado de gente. Aún con ese poder de fuego encendido, la cocina se veía fresca, pues, el equipo de aire acondicionado de la antesala, que estaba a buena potencia, mantenía una temperatura moderadamente soportable. De no ser por ello, sería imposible estar allí.


Extracto de la Parte IV

­- Ah, okay, Marta quedó al mando, ¿eh? Bueno, si no te es molestia vamos con Uli en una escapada hasta allí. Estaremos en…veinte minutos, ¿está bien?

Cortó y puso a Uli al tanto de la conversación. Ambos chocaron las palmas derechas entre sí, pero ahora Daniel sintió que no sabía si era una buena idea. Quizá hubiera preferido que el mapa no hubiera aparecido. Una parte de él no estaba tan segura de querer volver, pero la otra sí.

Expresarle ahora a Uli ese sentimiento haría que aquel lo tratara de pusilánime, y estaba seguro que sería objeto de burla durante el resto de las vacaciones. Ya estaban los dados echados.
Cambiaron de zapatillas y Uli trajo del fondo la Yamaha XJ6 de 600 cm. La había comprado a medias el año anterior, y normalmente la usaba para dar vueltas por Ocean Park y los balnearios más alejados del Este, mayormente Uli y Mary a quienes les fascinaba el viento caliente en la cara. Daniel prefería pasear en el Jeep Willys del 68, en perfecto estado, que habían logrado comprar a través de Internet en un popular sitio en el verano anterior. Les evitaba tener que andar en el Gol 1.8 de Daniel a través de las calles de balastro del balneario donde las piedras filosas habían asomado para relucir, producto del lluvioso invierno. Así que el Gol permanecía prácticamente todo un mes cubierto con el cubrecoches de siliconas.

Pero no cabían dudas de que la Yamaha era la estrella, incluso del balneario. Uli había pagado una fortuna por ella, y cuando aparcaba en ella, mucha gente se paraba tan solo a observarla con admiración. Escapaba de las líneas tradicionales de una Harley Davidson; era absolutamente deportiva, y sus líneas aparentaban bastante más de lo que daba. Sus infinitos colores en metalizado tornasolados entre el azul y el acero, la trasformaban en una estela a velocidades por encima de los doscientos kilómetros por hora, velocidades a las cuales Uli llegaba sin mayores inconvenientes. Para Daniel, estaba sencillamente loco. Solo pensar que esa máquina de doscientos dieciséis kilogramos alcanzaba una velocidad de cero a ciento treinta km/hora en tan solo ocho segundos le ponía la piel de gallina. Bueno, según Uli, morir así no podía ser tan malo. Era como morir durmiendo, y esto sería algo aburrido. Pero Uli sabía que lo que tenía entre sus piernas era un arma temible en calles de balastro, por lo que el tiempo que pondrían hasta lo de Makoa, a casi un kilómetro de distancia, sería de cinco minutos, o más, y Daniel le tenía mucha confianza; él y la moto parecían de una sola pieza.

Aparcaron en la entrada de la residencia de Makoa. Era majestuosa. Una casa de tres plantas bien distribuidas coronadas en techos de teja con caídas según la disposición de las cinco partes en que se definía. Uli contó ocho, nueve ventanas solo al frente, sin apreciar los seis enormes ventanales que se encontraban en la parte posterior, con la magnificencia de la costa a la vista, en todo su esplendor.


Extracto de la Parte VII

­- Marcas de perro pequeño – le habló en voz alta; el susurro del viento les tapaba lo que hablaban –. Al menos dos marcas distintas de zapatillas costosas. Las otras no las puedo identificar. Piensa, Dalia. ¿Hemos visto gente con un faldero por estos lados?

Luego de unos segundos, Safinia negó con la cabeza, al igual que Brewer y Taracena.

- No, no recuerdo. Hay mucha gente que viene a la playa con perros. La mayoría son pequeños. Decenas de familias están acampando en este lugar, y una gran cantidad tienen mascotas como juguetes. Seguro que algunos curiosos anduvieron por acá, pero no creo que sea algo de lo que debamos preocuparnos – le espetó rasando su mano enguantada por sobre su corto cabello, no del todo rasurado.
­- Yo no descuido nada, Dalia, lo sabes, y tú pareces ahora desconocer un peligro latente. Alguien estuvo acá y merodeó sobre la tapa. ¿Te estás descuidando?

Safinia miró en dirección hacia Brewer y Taracena. Sin abandonar sus tareas, les miraban de reojo. Estaban siendo testigos involuntarios de la primera advertencia de Kurt Hogan hacia ella. Lamentaba esas palabras del grotesco tipo. No quería problemas, y menos con él, al que le tenía la más absoluta fe.

­- No, Hogan, no me estoy descuidando. Simplemente que aquello espera por nosotros, y yo tampoco quiero más distracciones. Suficiente.

Hogan también había mirado en dirección de “los subalternos”, y había constatado su curiosidad, y no era momento de perder el control de la jefatura, así que decidió restablecer la pirámide. Miró hacia su cinto intentando manotear el seguro de la cartuchera de silicona que portaba la Glock. Apenas soltó el broche que aseguraba la poderosa arma a su arnés, Safinia ya se encontraba detrás de él, tomándole por el cuello y apuntando una filosa daga entre su segunda y tercera vértebra cervical. La punta dolía, y Hogan sabía de memoria que esa era la posición favorita de la Dalia Negra; un mínimo toque de ella y quedaría en sillas de ruedas por el resto de su vida, así que se mantuvo inmovilizado. Brewer golpeó el hombro de Taracena haciendo una seña de advertencia y ambos corrieron hacia ellos. “¡Al fin alguien doblegaba a ese monstruo!” pensó Brewer, aunque la escena parecía de otra galaxia: una mujer de setenta kilos manteniendo congelado a una bestia. No querrían estar en su lugar. Asustados, se acercaron a ellos.

­- ¡Por favor, Dalia, Hogan, basta de estupideces! – soltó Taracena espantado.

Extracto de la Parte IX

Un mediodía de algún día de enero del año anterior, finalizada la misa…
­
- Daniel, ¿tienes unos minutos para conversar?

Ambos hombres se dirigieron hacia las reconfortantes sombras de un grupo acacias donde Bertrand Amour solía reencontrarse espiritualmente. Como siempre, el calor abrumaba, pero el tenor de la charla lo hizo imperceptible.

Bertrand recordaba la solidez de las creencias de Daniel. Ateo, con convicciones propias, y separado de la Biblia. Su intención había sido la de romper con ese halo con el cual se cubría. Pero el resultado de la charla no fue para nada alentador.

­- Daniel, sé que no crees para nada, pero siempre hay una luz en el camino. Debes abrirte, está ahí, esperando por ti. Me has acompañado hasta aquí, bajo estos árboles que ahora nos están entregando la bendición de su sombra refrescante, y creo que estás dispuesto a escuchar.

- Padre, sus creyentes se están muriendo de calor bajo el sol esperándole para saludarlo. ¿Su Señor no ha previsto esto? – contestó Daniel sarcásticamente. No quería parecer grosero, pero la situación no le agradaba.

- Bertrand Amour cortó una hoja de la acacia y la besó. Daniel le miraba con suspicacia. No confiaba ni en la iglesia ni en los componentes de ella. No obstante, no quería parecer ni arrogante ni poco diplomático. Tenía muy claras sus ideas.

- Sí, Él seguramente ha previsto esto. Me ha hecho convocarte sin importar ese pequeño sufrimiento de ellos. ¿Es tan importante unos minutos al sol?

“Uno a cero” dictaminó Daniel. “¿Qué se traía este tipo? La gente le estaba esperando para saludarle al rayo del sol y él, tan tranquilo hablando con un ateo? Decidió tomar la delantera.

- Padre, no creo que esta charla nos lleve a algún lado, soy ateo, irremediablemente ateo, ¿me entiende?
­
- Sí, entiendo, pero he visto a muchos ateos convertirse, lograr creer. ¿No lo ves posible?
­- No en mi caso. Entiendo que la Biblia ha sido escrita por hombres para hombres. Yo también puedo escribir cosas de tipo “santas” para hombres. ¿No lo cree posible? De echo, hay miles de libros de expertos empresarios que han hecho fortunas y que recomiendan sus estrategias para que otros también se hagan ricos. Y se las llama “la biblia de tal o cual”. ¿Cuál es la diferencia?
­- ¿Has leído la Biblia alguna vez?
­- ¿Cuál? ¿La Santa Biblia? Sí, la he leído y bastante. De niño, cuando me enviaron a Catequesis, y luego, en la secundaria, donde también concurrí a un colegio católico, donde dos veces a la semana un colega suyo nos leía pasajes y los analizaba con nosotros los alumnos. No puedo negar que no creyera en algún momento, pero apenas tuve madurez de conciencia y observé lo que pasaba en el mundo, mi ya débil fe comenzó a flaquear del todo. Usted eligió la Biblia. Yo, “El Origen de las Especies” de Darwin. Es simple. La Biblia es un libro más de ciencia ficción.






Hasta aquí creo que es suficiente. Lo que ocurre más adelante es producto de mis más internos deseos de que ocurra: ¡dolor y horror!

Quizá lo puedan hacer suyos, algún día, alguna noche, de esos veranos con vacaciones donde hay poco para leer.

23 de octubre de 2010, con corrección de estilo. El texto anterior no lo tiene, así que, para aquellos que lo lean, deben comprender que ese texto ha sufrido mínimas modificaciones que serán expuestas en este blog.